CORTÁZAR
EL MAGO
de Carmen Ortiz
(Diada, Buenos Aires, 2010, 224 páginas)
Por Germán Cáceres
La primera parte de este libro es una versión revisada de otro anterior de Carmen Ortiz, Julio Cortázar una estética de la búsqueda, de 1984, en el que refiere la vida del escritor y su adhesión incondicional a la literatura. Las ciento veintiocho citas que recorren el ensayo son jugosos aportes de reflexión para profundizar en el vasto mundo de su obra. La bibliografía complementa esa contribución, y deslumbra la parte referida a la física cuántica del apartado titulado “Hacia una realidad distinta”. Recordemos que en 2006 la autora realizó otro acercamiento a Cortázar a través de una hermosa novela, La historia desconocida de la Maga.
En este libro se puntualiza que en Cortázar hay una búsqueda de la realidad ultrasensible, de un espacio de cuatro dimensiones y de un tiempo que no es lineal. Fue siempre un renovador del lenguaje y su actitud estuvo encaminada hacia la vanguardia literaria. A la vez, en sus textos prima el humor y un tono lúdico ligados a un pensamiento alógico, propio del poeta y del primitivo mago. En sí, su estética se conecta con el surrealismo y el Alfred Jarry de Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, de 1898.
Apunta la autora con su prosa clara y de notable concisión que Cortázar expuso su pensamiento sobre los dos géneros que más abordó en “Del cuento breve y sus alrededores”, que figura en Último round, y respecto a la novela en “La teoría del túnel. Notas para una ubicación del surrealismo y el existencialismo”. Acerca del cuento realiza una reflexión aguda sobre el carácter revelador del lenguaje poético y proclama su profunda admiración por Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, y de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Además de enunciar que el existencialismo elige la propia construcción del hombre, afirma que: “Es significativo que el dadaísmo se propusiera abiertamente una empresa de dislocación, de liquidación de formas. A ello seguiría el surrealismo como etapa de liquidación y destrucción de fondos”. “Este avance en túnel, que se vuelve contra lo verbal desde el verbo mismo pero ya en plano extraverbal…”. Ideas que hacen evocar tanto el Ulises como el Finnegan´s Wake, de James Joyce, y, también, el objetivismo, movimiento que no intentaba comprender ni abrir juicio sobre la realidad, sino sólo captar sus fenómenos, o sea el estar allí de las cosas, y que contó con escritores de la talla de Natalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon y Marguerite Duras. Pero, pese a esta actitud en principio distante, en sus textos estos escritores —sobre todo Robbe-Grillet— organizaban tramas intrincadas, en las cuales los personajes se perdían entre pasillos, dobles, juegos de espejos y complicadas bifurcaciones. Otro ejemplo ilustrativo es su guión para el filme El año pasado en Marienbad, que dirigió Alain Resnais.
Sin embargo, la autora recalca que su medular teoría de la novela la expuso en Rayuela, uno de cuyos ejemplos es la aseveración de Morelli: “Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana (…) Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto”. De esta manera privilegia al lector, es decir al receptor de la obra.
En el capítulo que aborda “La intertextualidad en la narrativa cortazariana”, Carmen Ortiz demuestra su erudición literaria al señalar las fuentes de varias obras maestras de Shakespeare y al referir conceptos de A. J. Greimas, Gérard Gennette, Tzvetan Todorov, Rosmary Jackson y Mijail Bajtín. Otro hallazgo es indicar que Cortázar en Los premios abrevó en La esfera, de Ramón J. Sender, el célebre autor de Siete domingos rojos.
En relación al carácter fantástico de los cuentos de Cortázar, la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry lo califica de rioplatense. Pero nuestra ensayista sostiene que “La multiplicidad de significaciones es propia del mundo fantástico y de la estética cortazariana”, y toma partido por la definición que brinda Rosemary Jackson (en Fantasy: literatura y subversión) acerca de que el género muestra los vacíos que en la realidad no se pueden explicar.
El mundo simbólico de Cortázar recibe un pormenorizado estudio y se enumera la presencia de figuras o estructuras, dobles, sociedades secretas, juegos, la función alegórica de los animales, pasajes ocultos, puertas cerradas y un cierto erotismo. Esta artillería apunta a otro mundo, a una zona inasible y huidiza, una revelación prácticamente inalcanzable, en las que la nociones de tiempo y de espacio pierden solidez, como se puede constatar en sus cuentos “El otro cielo”, “La noche boca arriba” y “Todos los fuegos el fuego”. Este ámbito recuerda “La tercera orilla del río”, ese estupendo texto de João Guimarães Rosa que interroga metafísicamente por esa tercera orilla a la que nunca se arriba.
Como Cortázar se comprometió políticamente a partir de su viaje a Cuba en 1961, vale la pena mencionar estas palabras suyas que Carmen Ortiz rescata: “Yo pertenecía a un grupo (…) antiperonista, que confundió el fenómeno Juan Domingo Perón, Evita Perón y una buena parte de su equipo de malandras con el hecho que no debíamos haber ignorado y que ignoramos que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país…”. Y remarca que Cortázar se volcó a la revolución cubana no por una actitud intelectual sino por intuición, por un sentimiento humanista, espíritu que plasmó en su literatura, que nunca fue panfletaria ni intentó convencer sino sólo mostrar y denunciar. Y “Por eso, su estética de la búsqueda no pudo quedarse en la renovación formal o lingüística, en la penetración ontológica de la otredad, necesitaba ir más lejos, proyectarse al mejoramiento social”, como lo reflejó en los cuentos “Reunión”, “Alguien que anda por ahí”, “Segunda vez” —que fue prohibido por la dictadura militar— “Apocalipsis de Solentiname”, “Graffiti”, “Recortes de prensa”, “Satarsa”, “Pesadillas”, “La escuela de noche” y la novela El libro de Manuel. Después de participar en el Tribunal Russell II, Cortázar escribió Fantomas contra los vampiros multinacionales, donde interviene él mismo mezclándose con personajes de ficción. En su mayor parte es una historieta, que dibujó Alberto Cedrón, e incluye textos, ilustraciones, collages, viñetas.
Este libro finaliza con “La laberíntica persecución del artículo oculto”. Aquí la autora demuestra su capacidad narrativa porque el capítulo se lee como un relato de suspenso, como si se tratara de la búsqueda de un tesoro o de una civilización desaparecida. Al final encuentra la nota en la sala de microfilm de la Bibliothèque Sainte Geneviève, situada en Saint Germain des Prés, en París. Se trata de “Ni traidor ni mártir”, que apareció el 7 de abril de 1969 en el diario Le Nouvel Observateur y que analiza el caso Padilla.
De la misma manera que el cineasta Alexander Kluge propone invertir la linealidad del tiempo y ver la filmografía de Hitchcock en clave de Truffaut, tal vez el aporte más estimulante y renovador de Carmen Ortiz esté en la apelación a la física cuántica para interpretar la obra cortazariana. Su análisis promueve, asimismo, una gran tarea divulgadora. Tal vez la tesis principal la constituya el principio de incertidumbre del alemán Werner Heisenberg, Premio Nobel de física de 1932, que propuso —en palabras de la autora— que “Se debe aceptar que el simple hecho de observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento”. Es decir, rige la probabilidad, no la certeza del principio de causa-efecto de la física clásica. Pero estos postulados sólo tienen validez en el mundo subatómico, en las partículas de energía llamadas cuantos. Por tanto, las premisas científicas rigen según las escalas en que se desarrollan: una tabla de madera cae rápidamente y si se le acerca un fósforo tarda en hacer fuego; en cambio, las astillas de madera demoran en su caída pero se las puede encender con suma facilidad.
Recomiendo leer la novela En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, ganadora del premio Biblioteca Breve. En ella aparecen como personajes científicos del siglo XX que revolucionaron la ciencia. Entre ellos figura el citado Heisenberg, que durante la Segunda Guerra Mundial estaba tratando de fabricar la bomba atómica para Alemania, pero se le adelantaron los EE. UU. —con la ayuda del Reino Unido y Canadá— a través del Proyecto Manhattan dirigido por Robert Oppenheimer. Su lectura obligará a consultar constantemente las observaciones de Carmen Ortiz.
Otro consejo es ver las series de TV que aborden esta temática. Porque mientras Cortázar intuía que “Esas cosas que se producían y parecían coincidencias o casualidades yo las sentí siempre desde muy niño respondiendo a un sistema de leyes diferentes al sistema de leyes aceptables y conocibles por todo el mundo”, hoy los guionistas de televisión se informan sobre estos principios y los aplican en sus ficciones. En la serie Flashforward, una pareja de mediana edad comenta que cuando fueron estudiantes concurrieron a facultades cercanas pero no llegaron a conocerse. Y él le dice que hay muchos mundos paralelos — en evidente alusión a la “interpretación de los universos múltiples”, del científico Hugh Everett—, y que posiblemente esos jóvenes que fueron se relacionaron en alguno de ellos. Aclaremos que flashforward quiere decir narrar algo que sucederá en el futuro, un recurso mucho menos usado que el flashback, que retrotrae la historia al pasado. Sin embargo, el primer acto de El tiempo y los Conway, del dramaturgo J.B. Priestley, transcurre durante la amena fiesta de cumpleaños de una adolescente. En el segundo acto la joven, en una suerte de premonición, vislumbra una reunión dieciocho años más tarde con la misma gente, pero deteriorada hasta la sordidez. El tercer acto retorna a la fiesta, que el espectador observa perturbado porque ya sabe qué destino siniestro aguarda a los personajes.
En la serie Lost, una distorsión temporal lleva a los personajes a un futuro lejano, de modo que ya fallecieron en su vida previa, y en ese otro tiempo ulterior asumen personalidades y experiencias diferentes. Pero en el caso de que dos amantes del pasado se encuentren, pese a que no se reconozcan, vuelven a enamorarse y son asaltados por recuerdos fugaces de la vida remota. En Stargate Atlantis, un equipo viaja en una máquina especial a varios universos paralelos, y en uno de éstos sus integrantes se topan con ellos mismos, pero muertos. De alguna manera, estas ficciones no hacen más que alimentar una antigua fantasía humana, la de la inmortalidad. De modo que no sería necesario pactar con el diablo ni ingerir ningún brebaje, tampoco acudir al auxilio de la ciencia o de la técnica; las leyes secretas que rigen los múltiples mundos se encargarían de hacernos imperecederos.
Cortázar el mago nos sumerge de lleno en esta cuestión. Por ejemplo, brinda una esmerada explicación de “la paradoja del gato de Schrödinger”, el extraño caso especulativo de un minino encerrado en una caja que puede estar a la vez vivo y muerto, y que fue presentado por el físico austriaco del mismo nombre, que obtuvo el Premio Nobel en 1933 (compartido). Esta paradoja fue muy controvertida, al punto que Stephen Hawking, el famoso autor de la Breve historia del tiempo, exclamó “cada vez que escucho hablar de ese gato, empiezo a sacar mi pistola”.
Es obvio indicar que Cortázar el mago resulta estimulante para volver a visitar los maravillosos libros del escritor argentino y, especialmente, acercarnos a aquellos textos no leídos y que resultará fácil ubicar porque Carmen Ortiz menciona su obra completa.
Tanta recomendación de libros, películas y series conducen a una terminante e inevitable conclusión: no se pierdan de leer Cortázar el mago. Es tan imprescindible como apasionante.
Germán Cáceres
EL MAGO
de Carmen Ortiz
(Diada, Buenos Aires, 2010, 224 páginas)
Por Germán Cáceres
La primera parte de este libro es una versión revisada de otro anterior de Carmen Ortiz, Julio Cortázar una estética de la búsqueda, de 1984, en el que refiere la vida del escritor y su adhesión incondicional a la literatura. Las ciento veintiocho citas que recorren el ensayo son jugosos aportes de reflexión para profundizar en el vasto mundo de su obra. La bibliografía complementa esa contribución, y deslumbra la parte referida a la física cuántica del apartado titulado “Hacia una realidad distinta”. Recordemos que en 2006 la autora realizó otro acercamiento a Cortázar a través de una hermosa novela, La historia desconocida de la Maga.
En este libro se puntualiza que en Cortázar hay una búsqueda de la realidad ultrasensible, de un espacio de cuatro dimensiones y de un tiempo que no es lineal. Fue siempre un renovador del lenguaje y su actitud estuvo encaminada hacia la vanguardia literaria. A la vez, en sus textos prima el humor y un tono lúdico ligados a un pensamiento alógico, propio del poeta y del primitivo mago. En sí, su estética se conecta con el surrealismo y el Alfred Jarry de Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, de 1898.
Apunta la autora con su prosa clara y de notable concisión que Cortázar expuso su pensamiento sobre los dos géneros que más abordó en “Del cuento breve y sus alrededores”, que figura en Último round, y respecto a la novela en “La teoría del túnel. Notas para una ubicación del surrealismo y el existencialismo”. Acerca del cuento realiza una reflexión aguda sobre el carácter revelador del lenguaje poético y proclama su profunda admiración por Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, y de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Además de enunciar que el existencialismo elige la propia construcción del hombre, afirma que: “Es significativo que el dadaísmo se propusiera abiertamente una empresa de dislocación, de liquidación de formas. A ello seguiría el surrealismo como etapa de liquidación y destrucción de fondos”. “Este avance en túnel, que se vuelve contra lo verbal desde el verbo mismo pero ya en plano extraverbal…”. Ideas que hacen evocar tanto el Ulises como el Finnegan´s Wake, de James Joyce, y, también, el objetivismo, movimiento que no intentaba comprender ni abrir juicio sobre la realidad, sino sólo captar sus fenómenos, o sea el estar allí de las cosas, y que contó con escritores de la talla de Natalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon y Marguerite Duras. Pero, pese a esta actitud en principio distante, en sus textos estos escritores —sobre todo Robbe-Grillet— organizaban tramas intrincadas, en las cuales los personajes se perdían entre pasillos, dobles, juegos de espejos y complicadas bifurcaciones. Otro ejemplo ilustrativo es su guión para el filme El año pasado en Marienbad, que dirigió Alain Resnais.
Sin embargo, la autora recalca que su medular teoría de la novela la expuso en Rayuela, uno de cuyos ejemplos es la aseveración de Morelli: “Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana (…) Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto”. De esta manera privilegia al lector, es decir al receptor de la obra.
En el capítulo que aborda “La intertextualidad en la narrativa cortazariana”, Carmen Ortiz demuestra su erudición literaria al señalar las fuentes de varias obras maestras de Shakespeare y al referir conceptos de A. J. Greimas, Gérard Gennette, Tzvetan Todorov, Rosmary Jackson y Mijail Bajtín. Otro hallazgo es indicar que Cortázar en Los premios abrevó en La esfera, de Ramón J. Sender, el célebre autor de Siete domingos rojos.
En relación al carácter fantástico de los cuentos de Cortázar, la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry lo califica de rioplatense. Pero nuestra ensayista sostiene que “La multiplicidad de significaciones es propia del mundo fantástico y de la estética cortazariana”, y toma partido por la definición que brinda Rosemary Jackson (en Fantasy: literatura y subversión) acerca de que el género muestra los vacíos que en la realidad no se pueden explicar.
El mundo simbólico de Cortázar recibe un pormenorizado estudio y se enumera la presencia de figuras o estructuras, dobles, sociedades secretas, juegos, la función alegórica de los animales, pasajes ocultos, puertas cerradas y un cierto erotismo. Esta artillería apunta a otro mundo, a una zona inasible y huidiza, una revelación prácticamente inalcanzable, en las que la nociones de tiempo y de espacio pierden solidez, como se puede constatar en sus cuentos “El otro cielo”, “La noche boca arriba” y “Todos los fuegos el fuego”. Este ámbito recuerda “La tercera orilla del río”, ese estupendo texto de João Guimarães Rosa que interroga metafísicamente por esa tercera orilla a la que nunca se arriba.
Como Cortázar se comprometió políticamente a partir de su viaje a Cuba en 1961, vale la pena mencionar estas palabras suyas que Carmen Ortiz rescata: “Yo pertenecía a un grupo (…) antiperonista, que confundió el fenómeno Juan Domingo Perón, Evita Perón y una buena parte de su equipo de malandras con el hecho que no debíamos haber ignorado y que ignoramos que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país…”. Y remarca que Cortázar se volcó a la revolución cubana no por una actitud intelectual sino por intuición, por un sentimiento humanista, espíritu que plasmó en su literatura, que nunca fue panfletaria ni intentó convencer sino sólo mostrar y denunciar. Y “Por eso, su estética de la búsqueda no pudo quedarse en la renovación formal o lingüística, en la penetración ontológica de la otredad, necesitaba ir más lejos, proyectarse al mejoramiento social”, como lo reflejó en los cuentos “Reunión”, “Alguien que anda por ahí”, “Segunda vez” —que fue prohibido por la dictadura militar— “Apocalipsis de Solentiname”, “Graffiti”, “Recortes de prensa”, “Satarsa”, “Pesadillas”, “La escuela de noche” y la novela El libro de Manuel. Después de participar en el Tribunal Russell II, Cortázar escribió Fantomas contra los vampiros multinacionales, donde interviene él mismo mezclándose con personajes de ficción. En su mayor parte es una historieta, que dibujó Alberto Cedrón, e incluye textos, ilustraciones, collages, viñetas.
Este libro finaliza con “La laberíntica persecución del artículo oculto”. Aquí la autora demuestra su capacidad narrativa porque el capítulo se lee como un relato de suspenso, como si se tratara de la búsqueda de un tesoro o de una civilización desaparecida. Al final encuentra la nota en la sala de microfilm de la Bibliothèque Sainte Geneviève, situada en Saint Germain des Prés, en París. Se trata de “Ni traidor ni mártir”, que apareció el 7 de abril de 1969 en el diario Le Nouvel Observateur y que analiza el caso Padilla.
De la misma manera que el cineasta Alexander Kluge propone invertir la linealidad del tiempo y ver la filmografía de Hitchcock en clave de Truffaut, tal vez el aporte más estimulante y renovador de Carmen Ortiz esté en la apelación a la física cuántica para interpretar la obra cortazariana. Su análisis promueve, asimismo, una gran tarea divulgadora. Tal vez la tesis principal la constituya el principio de incertidumbre del alemán Werner Heisenberg, Premio Nobel de física de 1932, que propuso —en palabras de la autora— que “Se debe aceptar que el simple hecho de observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento”. Es decir, rige la probabilidad, no la certeza del principio de causa-efecto de la física clásica. Pero estos postulados sólo tienen validez en el mundo subatómico, en las partículas de energía llamadas cuantos. Por tanto, las premisas científicas rigen según las escalas en que se desarrollan: una tabla de madera cae rápidamente y si se le acerca un fósforo tarda en hacer fuego; en cambio, las astillas de madera demoran en su caída pero se las puede encender con suma facilidad.
Recomiendo leer la novela En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, ganadora del premio Biblioteca Breve. En ella aparecen como personajes científicos del siglo XX que revolucionaron la ciencia. Entre ellos figura el citado Heisenberg, que durante la Segunda Guerra Mundial estaba tratando de fabricar la bomba atómica para Alemania, pero se le adelantaron los EE. UU. —con la ayuda del Reino Unido y Canadá— a través del Proyecto Manhattan dirigido por Robert Oppenheimer. Su lectura obligará a consultar constantemente las observaciones de Carmen Ortiz.
Otro consejo es ver las series de TV que aborden esta temática. Porque mientras Cortázar intuía que “Esas cosas que se producían y parecían coincidencias o casualidades yo las sentí siempre desde muy niño respondiendo a un sistema de leyes diferentes al sistema de leyes aceptables y conocibles por todo el mundo”, hoy los guionistas de televisión se informan sobre estos principios y los aplican en sus ficciones. En la serie Flashforward, una pareja de mediana edad comenta que cuando fueron estudiantes concurrieron a facultades cercanas pero no llegaron a conocerse. Y él le dice que hay muchos mundos paralelos — en evidente alusión a la “interpretación de los universos múltiples”, del científico Hugh Everett—, y que posiblemente esos jóvenes que fueron se relacionaron en alguno de ellos. Aclaremos que flashforward quiere decir narrar algo que sucederá en el futuro, un recurso mucho menos usado que el flashback, que retrotrae la historia al pasado. Sin embargo, el primer acto de El tiempo y los Conway, del dramaturgo J.B. Priestley, transcurre durante la amena fiesta de cumpleaños de una adolescente. En el segundo acto la joven, en una suerte de premonición, vislumbra una reunión dieciocho años más tarde con la misma gente, pero deteriorada hasta la sordidez. El tercer acto retorna a la fiesta, que el espectador observa perturbado porque ya sabe qué destino siniestro aguarda a los personajes.
En la serie Lost, una distorsión temporal lleva a los personajes a un futuro lejano, de modo que ya fallecieron en su vida previa, y en ese otro tiempo ulterior asumen personalidades y experiencias diferentes. Pero en el caso de que dos amantes del pasado se encuentren, pese a que no se reconozcan, vuelven a enamorarse y son asaltados por recuerdos fugaces de la vida remota. En Stargate Atlantis, un equipo viaja en una máquina especial a varios universos paralelos, y en uno de éstos sus integrantes se topan con ellos mismos, pero muertos. De alguna manera, estas ficciones no hacen más que alimentar una antigua fantasía humana, la de la inmortalidad. De modo que no sería necesario pactar con el diablo ni ingerir ningún brebaje, tampoco acudir al auxilio de la ciencia o de la técnica; las leyes secretas que rigen los múltiples mundos se encargarían de hacernos imperecederos.
Cortázar el mago nos sumerge de lleno en esta cuestión. Por ejemplo, brinda una esmerada explicación de “la paradoja del gato de Schrödinger”, el extraño caso especulativo de un minino encerrado en una caja que puede estar a la vez vivo y muerto, y que fue presentado por el físico austriaco del mismo nombre, que obtuvo el Premio Nobel en 1933 (compartido). Esta paradoja fue muy controvertida, al punto que Stephen Hawking, el famoso autor de la Breve historia del tiempo, exclamó “cada vez que escucho hablar de ese gato, empiezo a sacar mi pistola”.
Es obvio indicar que Cortázar el mago resulta estimulante para volver a visitar los maravillosos libros del escritor argentino y, especialmente, acercarnos a aquellos textos no leídos y que resultará fácil ubicar porque Carmen Ortiz menciona su obra completa.
Tanta recomendación de libros, películas y series conducen a una terminante e inevitable conclusión: no se pierdan de leer Cortázar el mago. Es tan imprescindible como apasionante.
Germán Cáceres
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