Una mañana de octubre
bebí el sol
también comí un maduro fruto
al pie del árbol
y por si fuera poco
aprendí una oración extraña
a mi llano lenguaje.
Entonces
como si el agua del mar
se convirtiera en azufre
con lentitud de siglos
desnude mi cabeza
de toda tentación
toda
y conté sobre mis quemaduras
a mis sencillos hermanos
que con el hielo al cuello
aún
esperaban una limosna.
Una mañana de octubre
en aquel pobre barrio del
Oeste
se produjo una pequeña venganza.
Carlos Carbone
ccarbone71@hotmail.com
sábado, 25 de agosto de 2007
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