Parador Retiro. Jorge Leandro Colás, Argentina, 2008
Por Marcela Barbaro
En la mayoría de los países del mundo, hay gente que vive en la calle. Una problemática que no encuentra solución, ni una política de prevención sobre los factores causales. Los sectores marginales forman parte de la realidad, de la desigualdad social que injustamente se van naturalizando. Se trata de personas que han quedado "fuera del sistema" y, el estar afuera, es sinónimo de olvido.
La estadía en la calle, sin protección, sin comida, sin una sanidad digna, es fruto de muchas variables que suponen el haber transitado alguna circunstancia conflictiva, violenta y/o traumática, que desencadena en el abandono personal, en pérdidas de vínculos familiares, laborales, económicas y en el alejamiento de la interacción social.
Dentro de las políticas sociales, en la ciudad de Buenos Aires, existe un galpón de chapa y cemento que funciona desde el año 2003 en el barrio de Retiro, destinado a albergar a doscientas personas en situación de calle, así se los denomina en nuestro país, que se conoce como el Parador Retiro. Allí se les provee de comida, higiene, asistencia médica y psicológica y una cama limpia. Entre las personas que ocupan diariamente el lugar se encuentran: adictos, alcohólicos, gente con patologías psicológicas, desocupados, subempleados, obreros, discapacitados, ex presidiarios, como así también, un joven universitario que estudiaba cine.
Para el cineasta argentino, Jorge Leandro Colás (1976) aquel estudiante significó no sólo una empatía por edad y estudios cursados, sino un punto de inflexión que lo llevó a pensar y a manifestar en un reportaje a la prensa local, que en determinadas circunstancias "cualquiera puede terminar ahí. Incluso yo podría estar de ese lado".
Así nació el documental que lleva el mismo nombre del lugar Parador Retiro; ópera prima de Colás por la que obtuvo el Premio a la Mejor Película Argentina en la última edición del XXIII Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2008.
El inicio del film coincide con el amanecer del Parador. Se escucha un sonido fuerte y seco de las luces encendiéndose para marcar el comienzo del día. Ante nosotros, y en un plano general, aparecen las simétricas camas de hierro ocupadas. A partir de allí, Jorge Colás opta por hacer un documental de observación, introduce su cámara sigilosa a fin de registrar el funcionamiento diario del galpón como un testigo inserto dentro de un espacio crítico y real. Desde ese lugar, se le permite al espectador presenciar procedimientos y requerimientos normativos que, de otra manera, no podría conocer: las largas colas formadas por la gente para poder entrar al Parador cuando abre sus puertas a las 18 hs.; poder intercalarse en la fila para escuchar los diálogos entre quienes quedan afuera y quienes pasan, como una suerte de lotería humana, y compartir sus charlas de carencias y de sueños.
A lo largo del relato, la mirada de Colás tiene la distancia necesaria y equilibrada para alcanzar un tono medio, que no recae ni en una crítica mordaz al sistema institucional ni en un juicio moral sobre los personajes que retrata. Su acercamiento logra una intimidad atinada y respetuosa donde es claro el compromiso social.
Desde ese acercamiento, se otorga la palabra a cuatro o cinco personajes muy pintorescos que aportan, al documental, una cuota importante y necesaria de humor, desdramatizando una buena parte del relato. Entre los personajes más interesantes se encuentran: el que se adueñó del lugar e imparte órdenes a través de una singular verborragia; el viejo gay amante del teatro que quiere montar una obra con sus compañeros; están también, y es recurrente, los que encuentran una nueva familia dentro del Parador; los ancianos que caminan atravesando una cancha de fútbol imaginaria e interrumpen el partido, y los romances que nunca faltan...
"Queríamos hacer un retrato del lugar a través del registro de sus personajes. Sin entrevistas ni voces en off ni placas informativas. Me parecía que un bajo nivel de intervención le daría riqueza al relato. Tuvimos que seleccionar a 4 ó 5 personajes que lo llevaran adelante", comenta su director.
En el film también participa Cristina Marrón Mantiñán responsable de la investigación y asistente de dirección. Ambos fueron al lugar un año y medio antes de comenzar el rodaje para familiarizarse con la gente, escuchándolos e integrándose de una manera metódica y reservada. "Al principio preguntaban quiénes éramos, qué veníamos a hacer, si íbamos a filmar y no volver más. Tuvimos un compromiso de trabajo durante tres años: un año y medio que fuimos al Parador y otro año que filmamos en varias etapas", explica Marrón Mantiñán.
El documental de observación cumple la función de acercarse hacia aquellos lugares de la sociedad poco registrados, aquellos a los que duele mirar, pero que necesitan ser observados por algo y para actuar en función de ellos, positivamente. Un espacio de olvido al que se invita a participar, en este caso, desde el cine.
¿Qué lugar ocupa la marginalidad dentro de la sociedad? ¿Qué políticas aplica el estado para contener y readaptar a la gente que sobrevive?. El film acerca algunas respuestas al dejar en claro que el Parador Retiro es un lugar de contención, pero un paliativo circunstancial, donde uno de los problemas que surge es la apropiación que sienten las personas sobre el lugar porque lo consideran su casa, su lugar de pertenencia y sociabilidad. Una conducta y un sentimiento que lleva a preguntarnos sobre ¿cuál es el límite del llamado asistencialismo?.
Hacia el final del documental, es evidente el nivel de intimidad que el equipo de rodaje estableció con los personajes, quienes al distenderse se atrevieron a hablar de su situación personal y de la atención recibida en el Parador.
Dentro de ese galpón frío y gris, anónimas camas numeradas esperan ser ocupadas como siempre. Las luces se apagan con el mismo sonido del inicio. La cámara se retira para que duerman en silencio.
Marcela Barbaro
Fuente: http://www.elespectadorimaginario.com/pages/setiembre-2009.php
Por Marcela Barbaro
En la mayoría de los países del mundo, hay gente que vive en la calle. Una problemática que no encuentra solución, ni una política de prevención sobre los factores causales. Los sectores marginales forman parte de la realidad, de la desigualdad social que injustamente se van naturalizando. Se trata de personas que han quedado "fuera del sistema" y, el estar afuera, es sinónimo de olvido.
La estadía en la calle, sin protección, sin comida, sin una sanidad digna, es fruto de muchas variables que suponen el haber transitado alguna circunstancia conflictiva, violenta y/o traumática, que desencadena en el abandono personal, en pérdidas de vínculos familiares, laborales, económicas y en el alejamiento de la interacción social.
Dentro de las políticas sociales, en la ciudad de Buenos Aires, existe un galpón de chapa y cemento que funciona desde el año 2003 en el barrio de Retiro, destinado a albergar a doscientas personas en situación de calle, así se los denomina en nuestro país, que se conoce como el Parador Retiro. Allí se les provee de comida, higiene, asistencia médica y psicológica y una cama limpia. Entre las personas que ocupan diariamente el lugar se encuentran: adictos, alcohólicos, gente con patologías psicológicas, desocupados, subempleados, obreros, discapacitados, ex presidiarios, como así también, un joven universitario que estudiaba cine.
Para el cineasta argentino, Jorge Leandro Colás (1976) aquel estudiante significó no sólo una empatía por edad y estudios cursados, sino un punto de inflexión que lo llevó a pensar y a manifestar en un reportaje a la prensa local, que en determinadas circunstancias "cualquiera puede terminar ahí. Incluso yo podría estar de ese lado".
Así nació el documental que lleva el mismo nombre del lugar Parador Retiro; ópera prima de Colás por la que obtuvo el Premio a la Mejor Película Argentina en la última edición del XXIII Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2008.
El inicio del film coincide con el amanecer del Parador. Se escucha un sonido fuerte y seco de las luces encendiéndose para marcar el comienzo del día. Ante nosotros, y en un plano general, aparecen las simétricas camas de hierro ocupadas. A partir de allí, Jorge Colás opta por hacer un documental de observación, introduce su cámara sigilosa a fin de registrar el funcionamiento diario del galpón como un testigo inserto dentro de un espacio crítico y real. Desde ese lugar, se le permite al espectador presenciar procedimientos y requerimientos normativos que, de otra manera, no podría conocer: las largas colas formadas por la gente para poder entrar al Parador cuando abre sus puertas a las 18 hs.; poder intercalarse en la fila para escuchar los diálogos entre quienes quedan afuera y quienes pasan, como una suerte de lotería humana, y compartir sus charlas de carencias y de sueños.
A lo largo del relato, la mirada de Colás tiene la distancia necesaria y equilibrada para alcanzar un tono medio, que no recae ni en una crítica mordaz al sistema institucional ni en un juicio moral sobre los personajes que retrata. Su acercamiento logra una intimidad atinada y respetuosa donde es claro el compromiso social.
Desde ese acercamiento, se otorga la palabra a cuatro o cinco personajes muy pintorescos que aportan, al documental, una cuota importante y necesaria de humor, desdramatizando una buena parte del relato. Entre los personajes más interesantes se encuentran: el que se adueñó del lugar e imparte órdenes a través de una singular verborragia; el viejo gay amante del teatro que quiere montar una obra con sus compañeros; están también, y es recurrente, los que encuentran una nueva familia dentro del Parador; los ancianos que caminan atravesando una cancha de fútbol imaginaria e interrumpen el partido, y los romances que nunca faltan...
"Queríamos hacer un retrato del lugar a través del registro de sus personajes. Sin entrevistas ni voces en off ni placas informativas. Me parecía que un bajo nivel de intervención le daría riqueza al relato. Tuvimos que seleccionar a 4 ó 5 personajes que lo llevaran adelante", comenta su director.
En el film también participa Cristina Marrón Mantiñán responsable de la investigación y asistente de dirección. Ambos fueron al lugar un año y medio antes de comenzar el rodaje para familiarizarse con la gente, escuchándolos e integrándose de una manera metódica y reservada. "Al principio preguntaban quiénes éramos, qué veníamos a hacer, si íbamos a filmar y no volver más. Tuvimos un compromiso de trabajo durante tres años: un año y medio que fuimos al Parador y otro año que filmamos en varias etapas", explica Marrón Mantiñán.
El documental de observación cumple la función de acercarse hacia aquellos lugares de la sociedad poco registrados, aquellos a los que duele mirar, pero que necesitan ser observados por algo y para actuar en función de ellos, positivamente. Un espacio de olvido al que se invita a participar, en este caso, desde el cine.
¿Qué lugar ocupa la marginalidad dentro de la sociedad? ¿Qué políticas aplica el estado para contener y readaptar a la gente que sobrevive?. El film acerca algunas respuestas al dejar en claro que el Parador Retiro es un lugar de contención, pero un paliativo circunstancial, donde uno de los problemas que surge es la apropiación que sienten las personas sobre el lugar porque lo consideran su casa, su lugar de pertenencia y sociabilidad. Una conducta y un sentimiento que lleva a preguntarnos sobre ¿cuál es el límite del llamado asistencialismo?.
Hacia el final del documental, es evidente el nivel de intimidad que el equipo de rodaje estableció con los personajes, quienes al distenderse se atrevieron a hablar de su situación personal y de la atención recibida en el Parador.
Dentro de ese galpón frío y gris, anónimas camas numeradas esperan ser ocupadas como siempre. Las luces se apagan con el mismo sonido del inicio. La cámara se retira para que duerman en silencio.
Marcela Barbaro
Fuente: http://www.elespectadorimaginario.com/pages/setiembre-2009.php
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