miércoles, 11 de marzo de 2009

Mujeres argentinas: Juana Azurduy



Nació en las cercanías de Chuquisaca (en el entonces Virreinato del Río de La Plata) el 12 de julio de 1780. Sus padres fueron un hombre de dudoso linaje español y una madre indígena. Es en Toroca donde Juana aprende, junto a su padre, a andar a caballo y a amar la vida libre del campo.
Varios traslados pueblan su infancia y su adolescencia. A los siete años queda huérfana, en poco tiempo, de madre y padre, de modo que ella y su hermana Rosalía, quedan a cargo de una tía paterna, Petrona Azurduy, con quien tiene una muy mala relación y quien intenta en vano mantener a esas niñas cerca de bordados y costuras. La tiranía de la quietud y la falta de movimiento comienzan a oprimir el carácter de Juana que, poco a poco, deja de hablar.

Es por eso que a los 17 años deciden internarla en el Monasterio de Santa Teresa con el fin de domar la tentación de una vida aventurera con las que sueña Juana. Sin embargo, el silencio, la limpieza y la disciplina, los rezos y oraciones matinales no logran evitar que Juana cuestione la utilidad de la vida en el claustro y opine sobre el apoyo de la Iglesia a los poderosos, por lo que su estancia allí no llega a completar un año. Vuelve a casa con su espíritu más exaltado y espera y se prepara para la llegada de algún suceso extraordinario que la saque de la monotonía del refugio y la acompañe a vivir la vida verdadera.
En el cantón de Toroca o en Río Chico, Juana vuelve a entrar en contacto con los indios. Recupera el quechua de la infancia y aprende el aymará. Trabaja en el campo, en las tareas de la casa, y de vez en cuando visita a Eufemia Gallardo, la madre del que será su esposo, Manuel Padilla.

Allí escuchará los relatos de Manuel Padilla, los cuales ejercerán una enorme influencia sobre su formación. Juana tiene 25 años y Manuel 30 cuando se casan. Estamos en 1805 y Padilla ya está participando de grupos que, influidos por la ilustración francesa, planean la revolución. El 25 de mayo de 1809 una agitación popular en Chuquisaca destituye al virrey.

Ha comenzado a escribirse la historia nómade de los amantes guerreros. Tenía cuatro hijos que llevaba consigo en las batallas en las que participaba junto a Manuel.

Veamos esta situación: es el mes de marzo de 1814. Juana y Manuel han vencido a los realistas en varias batallas y esperan el contrataque. Las tropas revolucionarias deben dividirse: Manuel se encamina hacia La Laguna y Juana se interna con sus cuatro hijos pequeños y un grupo de guerrilleros en un refugio cercano al río, en el valle de Segura, provincia de Tomina. A Juana le han dicho que Padilla está en peligro. Sale en su auxilio pero debe volver pronto: los españoles avanzan hacia el valle de Segura donde han quedado sus niños.

Llegamos al momento más crucial, a la batalla más cruel y más dolorosa. Juana se interna con sus cuatro hijos en el monte desconocido. No hay alimentos, no hay más adultos que ella: sus soldados escoltas han huido asustados. No hay caminos conocidos; no hay refugio posible a los vientos y a la plaga de insectos que llenan de pestes el cuerpo de sus pequeños. Hay una suerte de hueco, un gris vacío en esta zona de la vida de Juana. Porque es aquí donde se enferman cada uno de sus cuatro hijos, donde mueren Manuel y Mariano, antes de que Padilla y un indio amigo lleguen en auxilio de la madre guerrera. De vuelta en el refugio del valle de Segura mueren Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería.
Pero, como algunos pensaron, tanta muerte insoportable trae la vida: Juana está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas.

Juana da a luz a Luisa Padilla junto al Río Grande cuando está comenzando el ataque realista. Los hombres que la custodiaban presumieron que su jefa estaba débil y que era el mejor momento para arrebatarle el botín de guerra con el que cuentan las tropas revolucionarias y que Juana custodiaba con celoso fervor. Además, la cabeza de Juana tenía precio, 10.000 pesos en plata.
Los traidores al mando de Loayza complotan y arremeten contra la teniente coronela, que se alza frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el General Belgrano, tendida hacia adelante en ademán de ataque. Algunos cuentan que ordenó el ataque en quechua a su tropa de indios amigos. Otros dicen que ella misma, con su espada, le arrancó la cabeza a Loayza de un solo sablazo de derecha. Juana monta a caballo con la pequeña Luisa en brazos y, juntas, se zambullen en el río. Logran llegar con vida a la otra orilla.

Hay una cuestión que perturba mucho a los biógrafos de Juana; su maternidad. No encuentran el modo de conjugar en su biografía las dos experiencias más fervientes para Juana y que ella decidió vivir conjuntamente: ser madre y ser guerrera. Para que esta mujer pueda seguir siendo extraordinaria parece volverse necesario separar la paja del trigo: la maternidad de Juana no debe mencionarse. Es por todo esto que episodios como la muerte de sus cuatro hijos y el nacimiento de Luisa son los que suelen quedar fuera de la historiografía oficial.

Restan todavía algunos desprendimientos y varias pérdidas: la hija recién nacida que se queda a cargo de una india que la cuidará durante el resto de los años en que su madre continúe luchando por la independencia americana. La terrible muerte de su esposo y las travesías para rescatar su cabeza, incrustada por el enemigo en una pica, en la plaza pública. Restan los esfuerzos de Juana por reorganizar una tropa sin recursos, que ha perdido toda colaboración de los porteños. Tras la muerte de su esposo, Juana combate en el norte argentino junto a las tropas de Guemes. Tras la muerte de Guemes, sin más combate y sin recursos para volver a la patria, Juana escribe a las Juntas provinciales una carta impresionante desde Formosa reclamando ayuda para volver a su tierra. El gobierno salteño se conduele y le da cuatro mulas u cincuenta pesos.

Regresa a la recién estrenada Bolivia. Juana disfruta de sueño realizado y vive unos pocos años junto a Luisa, quien se alejará después tras su matrimonio.
En sus largos últimos años de miseria, en una pieza de un conventillo, se cuenta que Juana no hablaba, aunque había tomado en guarda a su sobrino Indalesio.
Después de haber ganado 33 batallas liderando su ejército de leales, después de haber sido reconocida por Bolívar y concederle una pensión que a los dos años es ignorada, Juana muere a los 82 años el 25 de mayo de 1862 en Chuquisaca. La fecha no la ayuda: cuando su sobrino va a reclamar honras fúnebres para la libertadora, le dicen que están muy ocupados con los festejos del aniversario. Sus restos fueron enterrados sin honores en una fosa común, sin séquito. Sólo la acompañó Indalesio.



Fuente: Graciela Batticuore, Juana Azurduy, en “Mujeres Argentinas”, Editorial Alfaguara
Publicado en Un Cajón Revuelto
http://uncajonrevuelto.arte-redes.com/?p=143

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bienvenida a la Máquina de Escribir.Se la extraño.
Muy buena idea , Anibal, publicar sobre Juana Azurduy,mujer y combatiente. Un abrazo para vos,

Silvia Loustau