sábado, 22 de marzo de 2008

24 DE MARZO: ELLAS LE ESCRIBEN

Imagen del film "Garage Olimpo", Argentina, 1999, de Marco Bechis


Escriben: Marita Ragoza de Mandrini, Silvia Loustau, Cristina Villanueva y Marta Pizzo.


Marita Ragozza de Mandrini
Pehuajó, Pcia. de Buenos Aires


LOS TREINTA MIL
Y
LAS SIETE PUERTAS



Treinta mil pájaros.

Treinta mil fuegos.

Treinta mil pétalos.

Treinta mil luces.

Treinta mil guitarras.

Treinta mil espejos.

Treinta mil voces.

Treinta mil arrebatos.

Treinta mil alientos

Treinta mil ausencias

Treinta mil espigas

Treinta mil sueños

Treinta mil vidas.


No necesitan testigos,

los ojos de la historia

son el precipicio del verdugo.


La injusticia,

reptil deforme

se arrastra

y desova,

palco, mucho palco

hubo para la siniestra obra,

treinta mil estacas

sobre las cabezas de los dictadores.


Pero hubo siete puertas:


Muerte.

Tortura.

Terror.

Suciedad.

Obediencia debida.

Punto final.

Indulto.


Y todas abrieron en un mismo sentido.


Memoria arropa a los desaparecidos,

memoria viva

. . . y un ofidio negro

repta entre las siete puertas.



Marita Ragoza de Mandrini
maritaragozza@gmail.com



Silvia Loustau
Mar del Plata, Argentina


Idus de marzo 2008
A los 30.000 compañeros


no usaremos oscuros amuletos.
no
a pesar de 30.000 ausencias. no
no arrastraremos los pies
sobre las huellas de la utopía
no.
no podrán apagar el fuego
de los instantes
guardados en la retina
no podrán borrar de nosotros
la peor hora .no.
no podrán arrancarnos las alas
del vuelo sinuoso del exilio .no.
guardaremos el fuego sagrado
de un Prometeo no vencido
y cegaremos / lentamente /
la mirada de Creonte y sus secuaces.
sí.
* Creonte :padre de Antígona , a quien no le permite dar sepultura a su hermano


Silvia Loustau
syllous@yahoo.com.ar






Cristina Villanueva
Ciudad de Buenos Aires


24 de marzo / Los todavía no del todo idos de marzo

Los no del todo idos de marzo
-Toda esta puesta en escena argentina me hace recordar las palabras de Hanna
Arendt en el juicio a Eichmann: "Lo inquietante en la persona de Eichmann
fue justamente que él era como muchos y que esos muchos no eran perversos ni
sádicos sino terriblemente normales. Normales que dan miedo".

El día se va acabando. Cercano al comienzo
del otoño cuando con belleza descuidada se desandan las hojas de su abrazo
de árbol.
Hace treinta y dos años pienso. Uno, o mejor una, o digamos yo, la mañana del 24
de marzo caminaba Callao hasta que vi esa sangre, expuesta pero no nombrada.
Busqué la noticia en el diario, no estaba. Fue el comienzo de la unión
perversa de la exhibición y el silencio. El miedo entonces fue un vestido
compacto, todas las formas del miedo, aún esas que no habíamos conocido.
El miedo a lo que no se nombraba, la amenaza que no era posible disolver con
palabras. Tomaba cuerpo, era cuerpo. Dolor de la garganta que no habla.
Sueño que se escapa, pesadilla, desamparo. Ningún interior era posible,
seguro. Alma expuesta, fractura de los símbolos, de la lógica, del
pensamiento que no puede con lo impensable. Andar calles infectadas
de uniformes, un verde repugnante, tan distinto al otro verde-vida. No se
sabía que era lo que te podía perder o salvar. El odio era tan fuerte que
daba miedo que ellos lo notaran. Que la cara dijera lo que la boca callaba.
Ciudad dónde todo estaba sospechado, ser joven, vivir, pensar, vestir de
cierto modo, juntarse, algunas profesiones, estudios, lecturas, libros,
cuadros. En fin, todo lo que quería y era mío. Para ser o estar tranquila
habría tenido que no ser, no desear la libertad, no soñar otro mundo, no
pensar, no haberme metido "Hiroshima mon amour" adentro de la sangre, no
tomar café en La Paz, no caminar Corrientes entre librería y librería, en
síntesis: NO. Si hubiera logrado eso quizá no hubiera albergado el miedo que
triunfaba aún sobre la tristeza. Si hubiera podido querer a los que
enfermaban, destruían los signos vitales, enrarecían el aire. Si hubiera
podido oírlos sin rebelarme, no darme cuenta de nada; hubiera esquivado el
miedo, y esa sensación de desamparo, ese estar expuesta al capricho de un
poder brutal. No pude, las manos del miedo tapaban la boca pero no los ojos.
Ese volcán estancado, interno, explotó una noche en cantos cuando
esperábamos el día siguiente, el primer día de la democracia. Luego vinieron
las lágrimas, lo acumulado se volcó en palabras y nos volvimos a adueñar de
sentidos, sentimientos, sutilezas. Seguro que la memoria de la piel
conserva ese terror.
Ayer en la presentación de un libro, los personajes de Ernesto Mallo de la
novela "La aguja en el Pajar" estaban teatralizados y andaban por la
librería, entre nosotros. Uno de ellos, un militar con su uniforme se puso
al lado mío. Le pedí que se fuera. Ni en ficción los soporto. Quizá porque
hicieron real lo que tiempo antes sólo podía ser ficcional. Nos trajeron esa
helada certeza de lo que puede pasar entre normales. Tantos, tan normales
que desvían la mirada y dejan a las víctimas tan solas, tan desnudas .


Cristina Villanueva
libera@arnet.com.ar





Marta Pizzo
Ciudad de Buenos Aires


Entre ellos, la verdad

La mujer y el abogado

se solían encontrar

en un barcito del centro,

cerca de La Catedral.


Ella vestía modesto,

le brotaba la humildad;

apenas para el pasaje

le acostumbraba alcanzar.


Él asomaba apurado,

siempre llegaba detrás

renovando las disculpas

que ella solía aceptar.


Ya llevaban muchos años

de verse en aquel lugar;

tantos, que hasta hubo palabras

halladas sin pronunciar.


Él la miraba a los ojos,

no era necesario más,

mientras buscaba respuestas

en su oculta intimidad.


Respuestas que no tenía,

-o que elegía callar-,

para no herir a una madre

ansiosa de la verdad.


Ella guardaba sollozos

en pañuelos de cristal

que al besar sus intuiciones

se bautizaban en sal.


Aunque pasó mucho tiempo

nunca pensó en claudicar;

la razón de su porfía:

¡Justicia!, no pedía más.


Saludaba al abogado

y partía del lugar

dejando el café inconcluso,

enfermo de impunidad.


Pero un jueves el letrado

a ella quiso acompañar

y marcharon a La Plaza

a buscar la dignidad.





Madres



Es tu rostro un desierto

que atraviesan mil grietas

y tus ojos resecos

porque ya no hay más lágrimas.


El oasis que buscas

te lo tienen prohibido

y es la ley de los hombres

la que al fin te condena.


Los caminos del mundo

a tus pies no acobardan

y un pañuelo de lienzo

tu consigna protege.


Perdiste todo el miedo

tan así, de repente,

te arrancaron los brotes

te quebraron las ramas.


Al herirte de muerte

no creyeron los necios

que el alma desangrada

pudiera engrandecerte.


Fue duro el primer paso,

el segundo, el tercero;

diste luz a la sombra

de atroces asesinos.


Naciste de tus hijos

con renovadas fuerzas,

invulnerable al odio

del terror genocida.



Hoy, al paso del tiempo

no perdonas ni olvidas

ofrendando tu vida

a la lucha constante.


Cotidiana maestra

de las artes más tiernas;

quedarás en la historia

¡Hembra, de las valientes!


Nada menos deseado

que este protagonismo,

que te arrancó los brazos...

que te dotó de alas.

Marta S. Pizzo/ 1995
mipalabrahoy@yahoo.com.ar
http://www.puertopalabras.blogspot.com/




1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuatro mujeres, cuatro poetas admiradas a las que uno mi voz y mi grito para que, ¡por favor! por una vez en nuestra historia, no olvidemos. Gracias
Alicia Perrig