El triunfo inesperado de las mujeres y de la izquierda erótica
Por Ivana Romero
La escritora nicaragüense, que en los ’70 se integró al Frente Sandinista de Liberación, presentó su última novela en Buenos Aires y se refirió a la maternidad, al feminismo y a las diferencias que hoy la separan de Daniel Ortega.
Del mismo modo que los creyentes atisban en sueños mensajes de sus santos y deidades, Gioconda Belli tuvo una visión. O dos. La primera comenzaba con la frase “José de la Aritmética, vendedor de raspados, nunca olvidaría el día que las mujeres tomaron el poder” en una evocación similar al inicio de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La otra también tenía algo de realismo mágico. Se trataba de una mujer que se moría (para siempre, por un rato; en ese momento Gioconda no lo sabía) y entonces se le aparecían todos los objetos que había perdido en vida. Pasaron más de diez años y, con el tiempo, las imágenes pasaron a ser parte fundamental de El país de las mujeres, la última novela de esta escritora nicaragüense nacida en Managua.
La novela, que obtuvo el Premio Hispanoamericano La otra orilla, cuenta la llegada al poder en un país difuso llamado Faguas (“Fuego y Agua, un lugar parecido a mi Nicaragua”, dirá Gioconda) de un grupo de mujeres, artífices del Partido de la Izquierda Erótica (PIE) que tiene página web muy de veras:. En él se reivindica el poder femenino como manera de transformar el mundo a través del “felicismo”, una ideología que, como aclara el manifiesto del PIE “trata de que todos seamos felices, que vivamos dignamente, con irrestricta libertad para desarrollar nuestro potencial humano y creador, y sin que el Estado nos restrinja nuestro derecho a pensar, decir y criticar lo que nos parezca”.
A través del relato clásico pero también de la incorporación de documentos históricos, mails y cables periodísticos (apócrifos pero de gran actualidad en su contenido), el libro cuenta cómo las mujeres, con la presidenta Viviana Sansón al frente, llegan al poder de un modo casi accidental, luego de la erupción de un volcán que tiene un efecto insospechado entre la población masculina de Faguas: reduce de manera drástica los niveles de testosterona. Más allá de las humoradas de las que se nutre el relato, es imposible separarlo de la voz narradora. En los ecos del PIE subyace toda la pasión militante de Gioconda, que en los ’70 fue miembro del Frente Sandinista. “Este libro es el manual de la Izquierda Erótica. Y también es el plan de gobierno que he soñado para Nicaragua”, afirma.
–¿Qué son los raspados?
–Ah, vos te referís a lo que vende José de la Aritmética, ese señor que se iba a llamar José de Arimatea, como el personaje bíblico, pero parece que su madre se enredó al anotarlo (risas). Es un granizado que se echa en un barquillo y se sirve con sirope. Es muy sencillo de fabricar y por eso mucha gente lo vende en carritos pintados con colores brillantes. En mi cabeza vi a este señor en una esquina con sus raspados, rodeado de una masa de gente, viendo cómo las mujeres han tomado el poder, cómo habla la flamante presidenta, Viviana Sansón. Él piensa: “Dios mío, cómo fue que pasó esto.” Escribí treinta páginas pero, como decimos en Nicaragua, se me pasmó, se me trabó, se me congeló la imaginación. Por otro lado, siempre me quedó la espina de que yo tenía que escribir esta novela porque quería contar cómo había sido la experiencia que tuvimos con el Partido de la Izquierda Erótica en los ’80 en Nicaragua, que efectivamente existió, creado por un grupo de mujeres que militábamos en el sandinismo.
–¿Cree que es una novela política? Porque su eje es la reflexión sobre el poder aunque no en un sentido tradicional.
–Sí, claro que es una novela política pero con un enfoque distinto a otras. La política puede ser divertida y creativa. No tiene que ser de puñales, traiciones e intrigas sino que también puede ser un ejercicio de absoluta creatividad. Y acá, en la novela, se da una creatividad bien bonita. Estas mujeres no están pensando en que llegarán al poder en el momento en que empiezan a imaginar una nueva forma de gobierno. Sus propuestas y manifiestos son más que todo una provocación y resulta que la realidad las va empujando hacia la culminación de sus sueños de una manera casi milagrosa.
–Usted propone un poder que se construye desde lo erótico como fuerza de vida y desde lo maternal. ¿Cómo reconcilia su idea de maternidad con lo criticado que ha sido ese concepto desde varios feminismos por considerarlo un destino impuesto para las mujeres?
–Yo no quería provocar a las feministas, pero sí creo que en parte el feminismo se ha quedado estancado con planteos poco flexibles. ¿Por qué vamos a negar lo maternal como capacidad de dar vida, una de las fuerzas fundamentales de la mujer? El problema es que la maternidad ha funcionado como forma de sujeción de las mujeres, que en general deben abandonar sus estudios, sus deseos y dedicarse exclusivamente a los hijos. Por eso debería existir una sociedad en la cual la maternidad no sea penalizada sino celebrada, donde la mujer reciba toda la ayuda necesaria para ejercer esa maternidad de una manera social, con compañía, con posibilidad, con oportunidades, que se le premie en su rol, no que se le castigue. Es necesario definir en la sociedad qué significa la maternidad para la mujer pero también para el hombre. Por eso en la novela por ejemplo, los hombres en la universidad reciben lecciones de maternidad.
–De todos modos, para empezar el trabajo, una vez en el poder las mujeres tienen que mandar a los hombres a sus casas.
–Es que para todo este edificio que están montando, ellas lo necesitan. El hombre ejerce una autoridad casi sin querer porque es parte de una tradición, de un esquema social determinado. Entonces si te ponés a crear una nueva sociedad donde va a primar lo femenino, los hombres te van a decir “eso no va a funcionar” porque ellos están analizando la propuesta desde su propio punto de vista. Si vos querés salirte de ese esquema mental, primero tenés que sacarlo a ellos, temporalmente claro (risas). Los mandás a descansar con salario pago y todo.
–Uno de los personajes más fuertes de la novela, además de la protagonista Viviana Sansón, es Juana de Arco. Su historia guarda muchos puntos de contacto con Zoilamérica Narváez, que acusó al marido de su madre, el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, de haberla abusado desde niña.
–Todos los casos de abuso tienen puntos en común por su dramatismo. Ese caso fue muy doloroso e impactante en Nicaragua. Pero en particular a la historia de Juana la encontré en los testimonios de abuso sexual de muchachas que estuvieron en Casa Alianza en Honduras, un refugio para mujeres. Allí estaba Patricia, que cuenta esta historia que yo cuento, de un modo casi literal, que fue vendida por su familia y terminó en la casa de un alto funcionario. Entonces me impresionó mucho la historia y los números. La Juana de Arco es un personaje que se me ocurrió porque en cierta manera es un yo joven, pero atormentado por esta violación. Es que también uno de los objetivos de mi relato era denunciar la violencia contra las mujeres y el tráfico de personas. Como digo en el libro, 27 millones de personas en el mundo, 400 veces más que el número total de esclavos forzados a cruzar el Atlántico desde África, son víctimas del tráfico humano. Y el 80% son mujeres.
–En varios oportunidades usted se ha pronunciando de modo muy crítico sobre el gobierno de Ortega. ¿Cómo vive esta situación, ya que ambos han sido parte del Frente Sandinista?
–Se vive como una lucha más porque el compromiso político que asumí, para ponerlo en términos simples, es con una Nicaragua mejor. Una se compromete con eso, no con la gente que esté en el partido, no con el partido mismo. Yo tenía un fuerte sentido de pertenencia al Frente Sandinista, que era mi familia. Romper con ese colectivo fue muy duro. Pero sobre todo hubo una sensación de traición, porque en mi mente yo no rompí con el sandinismo sino que fue Ortega quien lo hizo. Muchos de nosotros sentimos que nos quedamos en el sandinismo y que lo que hizo Ortega fue tomar el logo, apropiarse de la marca y darle su propio sello: caudillista, individualista, populista y mentiroso. O sea, lo paradójico de todo esto es verlo a Ortega como un engendro del somozismo contra el cual luchamos. Porque Ortega miente constantemente y no tiene escrúpulos para alterar todo el sistema democrático nicaragüense para que le sirva a sus intereses personales de perpetuarse en el poder.
Ivana Romero
Fuente: Tiempo Argentino, sábado 9 de Octubre de 2010
http://www.tiempoargentino.com.ar/
Por Ivana Romero
La escritora nicaragüense, que en los ’70 se integró al Frente Sandinista de Liberación, presentó su última novela en Buenos Aires y se refirió a la maternidad, al feminismo y a las diferencias que hoy la separan de Daniel Ortega.
Del mismo modo que los creyentes atisban en sueños mensajes de sus santos y deidades, Gioconda Belli tuvo una visión. O dos. La primera comenzaba con la frase “José de la Aritmética, vendedor de raspados, nunca olvidaría el día que las mujeres tomaron el poder” en una evocación similar al inicio de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La otra también tenía algo de realismo mágico. Se trataba de una mujer que se moría (para siempre, por un rato; en ese momento Gioconda no lo sabía) y entonces se le aparecían todos los objetos que había perdido en vida. Pasaron más de diez años y, con el tiempo, las imágenes pasaron a ser parte fundamental de El país de las mujeres, la última novela de esta escritora nicaragüense nacida en Managua.
La novela, que obtuvo el Premio Hispanoamericano La otra orilla, cuenta la llegada al poder en un país difuso llamado Faguas (“Fuego y Agua, un lugar parecido a mi Nicaragua”, dirá Gioconda) de un grupo de mujeres, artífices del Partido de la Izquierda Erótica (PIE) que tiene página web muy de veras:
A través del relato clásico pero también de la incorporación de documentos históricos, mails y cables periodísticos (apócrifos pero de gran actualidad en su contenido), el libro cuenta cómo las mujeres, con la presidenta Viviana Sansón al frente, llegan al poder de un modo casi accidental, luego de la erupción de un volcán que tiene un efecto insospechado entre la población masculina de Faguas: reduce de manera drástica los niveles de testosterona. Más allá de las humoradas de las que se nutre el relato, es imposible separarlo de la voz narradora. En los ecos del PIE subyace toda la pasión militante de Gioconda, que en los ’70 fue miembro del Frente Sandinista. “Este libro es el manual de la Izquierda Erótica. Y también es el plan de gobierno que he soñado para Nicaragua”, afirma.
–¿Qué son los raspados?
–Ah, vos te referís a lo que vende José de la Aritmética, ese señor que se iba a llamar José de Arimatea, como el personaje bíblico, pero parece que su madre se enredó al anotarlo (risas). Es un granizado que se echa en un barquillo y se sirve con sirope. Es muy sencillo de fabricar y por eso mucha gente lo vende en carritos pintados con colores brillantes. En mi cabeza vi a este señor en una esquina con sus raspados, rodeado de una masa de gente, viendo cómo las mujeres han tomado el poder, cómo habla la flamante presidenta, Viviana Sansón. Él piensa: “Dios mío, cómo fue que pasó esto.” Escribí treinta páginas pero, como decimos en Nicaragua, se me pasmó, se me trabó, se me congeló la imaginación. Por otro lado, siempre me quedó la espina de que yo tenía que escribir esta novela porque quería contar cómo había sido la experiencia que tuvimos con el Partido de la Izquierda Erótica en los ’80 en Nicaragua, que efectivamente existió, creado por un grupo de mujeres que militábamos en el sandinismo.
–¿Cree que es una novela política? Porque su eje es la reflexión sobre el poder aunque no en un sentido tradicional.
–Sí, claro que es una novela política pero con un enfoque distinto a otras. La política puede ser divertida y creativa. No tiene que ser de puñales, traiciones e intrigas sino que también puede ser un ejercicio de absoluta creatividad. Y acá, en la novela, se da una creatividad bien bonita. Estas mujeres no están pensando en que llegarán al poder en el momento en que empiezan a imaginar una nueva forma de gobierno. Sus propuestas y manifiestos son más que todo una provocación y resulta que la realidad las va empujando hacia la culminación de sus sueños de una manera casi milagrosa.
–Usted propone un poder que se construye desde lo erótico como fuerza de vida y desde lo maternal. ¿Cómo reconcilia su idea de maternidad con lo criticado que ha sido ese concepto desde varios feminismos por considerarlo un destino impuesto para las mujeres?
–Yo no quería provocar a las feministas, pero sí creo que en parte el feminismo se ha quedado estancado con planteos poco flexibles. ¿Por qué vamos a negar lo maternal como capacidad de dar vida, una de las fuerzas fundamentales de la mujer? El problema es que la maternidad ha funcionado como forma de sujeción de las mujeres, que en general deben abandonar sus estudios, sus deseos y dedicarse exclusivamente a los hijos. Por eso debería existir una sociedad en la cual la maternidad no sea penalizada sino celebrada, donde la mujer reciba toda la ayuda necesaria para ejercer esa maternidad de una manera social, con compañía, con posibilidad, con oportunidades, que se le premie en su rol, no que se le castigue. Es necesario definir en la sociedad qué significa la maternidad para la mujer pero también para el hombre. Por eso en la novela por ejemplo, los hombres en la universidad reciben lecciones de maternidad.
–De todos modos, para empezar el trabajo, una vez en el poder las mujeres tienen que mandar a los hombres a sus casas.
–Es que para todo este edificio que están montando, ellas lo necesitan. El hombre ejerce una autoridad casi sin querer porque es parte de una tradición, de un esquema social determinado. Entonces si te ponés a crear una nueva sociedad donde va a primar lo femenino, los hombres te van a decir “eso no va a funcionar” porque ellos están analizando la propuesta desde su propio punto de vista. Si vos querés salirte de ese esquema mental, primero tenés que sacarlo a ellos, temporalmente claro (risas). Los mandás a descansar con salario pago y todo.
–Uno de los personajes más fuertes de la novela, además de la protagonista Viviana Sansón, es Juana de Arco. Su historia guarda muchos puntos de contacto con Zoilamérica Narváez, que acusó al marido de su madre, el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, de haberla abusado desde niña.
–Todos los casos de abuso tienen puntos en común por su dramatismo. Ese caso fue muy doloroso e impactante en Nicaragua. Pero en particular a la historia de Juana la encontré en los testimonios de abuso sexual de muchachas que estuvieron en Casa Alianza en Honduras, un refugio para mujeres. Allí estaba Patricia, que cuenta esta historia que yo cuento, de un modo casi literal, que fue vendida por su familia y terminó en la casa de un alto funcionario. Entonces me impresionó mucho la historia y los números. La Juana de Arco es un personaje que se me ocurrió porque en cierta manera es un yo joven, pero atormentado por esta violación. Es que también uno de los objetivos de mi relato era denunciar la violencia contra las mujeres y el tráfico de personas. Como digo en el libro, 27 millones de personas en el mundo, 400 veces más que el número total de esclavos forzados a cruzar el Atlántico desde África, son víctimas del tráfico humano. Y el 80% son mujeres.
–En varios oportunidades usted se ha pronunciando de modo muy crítico sobre el gobierno de Ortega. ¿Cómo vive esta situación, ya que ambos han sido parte del Frente Sandinista?
–Se vive como una lucha más porque el compromiso político que asumí, para ponerlo en términos simples, es con una Nicaragua mejor. Una se compromete con eso, no con la gente que esté en el partido, no con el partido mismo. Yo tenía un fuerte sentido de pertenencia al Frente Sandinista, que era mi familia. Romper con ese colectivo fue muy duro. Pero sobre todo hubo una sensación de traición, porque en mi mente yo no rompí con el sandinismo sino que fue Ortega quien lo hizo. Muchos de nosotros sentimos que nos quedamos en el sandinismo y que lo que hizo Ortega fue tomar el logo, apropiarse de la marca y darle su propio sello: caudillista, individualista, populista y mentiroso. O sea, lo paradójico de todo esto es verlo a Ortega como un engendro del somozismo contra el cual luchamos. Porque Ortega miente constantemente y no tiene escrúpulos para alterar todo el sistema democrático nicaragüense para que le sirva a sus intereses personales de perpetuarse en el poder.
Ivana Romero
Fuente: Tiempo Argentino, sábado 9 de Octubre de 2010
http://www.tiempoargentino.com.ar/
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