Delgados vientos de la desesperación
pasan
y llevan a los rincones
los últimos despojos
de mí.
El aire de la siesta
trae lejanas voces
y no hay caballo veloz
ni pasado capaz
de tolerar la abierta
llama de la tarde.
Voy con el dorado rostro
donde el otoño
se oxida
buscando una única
y solitaria ternura.
Tal vez lo mejor sea
desandar el agua
porque el sucio olvido
espanta.
Carlos Carbone
ccarbone71@hotmail.com
Carlos:
ResponderEliminarme pareció muy buena esta poesía y plagada de metáforas que gritan...
Un beso, Mirta Urdiroz